Archivo por meses: abril 2013
Urdangarín y la jequesa
Acabábamos de cruzar el puente Alejandro III y estábamos a punto de llegar a le Gran Palais cuando vimos que pasaba la comitiva. Marisé nos había dicho por teléfono la noche anterior que la jequesa de Qatar también estaba esos días (junio de 2009) en París, como nosotros, aunque nosotros no íbamos en comitiva.
La jequesa se puso de moda y poco tiempo después (abril de 2011) pudimos verla con turbantes de diferentes colores en Madrid. En París posó con Sarkozy y Carla Bruni, y en Madrid con los reyes, los príncipes y la esposa de Iñaki Urdangarín.
En un caso y otro parece lógico y comprensible que los jeques agradezcan las atenciones que les dispensaron los del Elíseo, que ya no viven allí porque los franceses así lo decidieron con sus votos, y los de la Zarzuela, que siguen viviendo allí porque a nosotros no nos dejan votar respecto a los inquilinos de ce palais.
Seguro que, cuando Urdangarín esté trabajando en Qatar, los jeques lo invitarán algún día a comer para corresponder a los honores con que aquí fueron tratados por sus suegros.
Eso nos da igual; sin embargo, algo falla.
No pretendemos ser jueces de nadie, pero sí nos gustaría que los jueces, los fiscales y todos aquellos a quienes corresponde ejercer la justicia, la ejerzan.
Y tampoco queremos meternos en vidas ajenas, salvo que nos veamos perjudicados por esas vidas ajenas. Y sucede que, en el ínterin, en ese largo intervalo que transcurre entre el momento en que algunos (no sabemos quiénes porque no ha habido juicios todavía) se embolsaron una escandalosa cantidad de dinero público, y el tiempo en que lo devuelvan (si por suerte llegan a hacerlo algún día), muchos ciudadanos lo estamos pagando injustamente. Nos recortan en Sanidad y en Educación, crece el paro, suben los impuestos… Sufrimos lo que otros disfrutaron.
Los otros
Conversaba con mi madre mientras las dos hacíamos tareas en la cocina. Le hablé de una canción que ella no conocía y me pidió que la cantase. Me da mucha vergüenza cantar delante de alguien, aunque ese alguien sea mi madre; pero me armé de valor y, mientras ella se ponía de puntitas y estiraba el brazo y el cuello hacia arriba en la despensa para coger una cazuela, yo me situé a su lado y empecé a cantar.
Bajó el brazo sin haber cogido la cazuela, bajó también el cuello y se volvió hacia mí con extraordinaria atención. Yo seguí cantando aún con mayor entusiasmo al ver que ponía tanto interés en escucharme. ¡Le está gustando mucho!, pensé.
Ella esperó a que acabara y me espetó:
–¿Sabes que tienes bien poca gracia para cantar?
¡Ni siquiera se fijó en la canción! Le recordé que de niña nunca me hacían cantar, solo escribir, siempre escribir, y coser.
Y a mí me gusta muchísimo cantar. Es verdad que cuando canto sola (por supuesto, siempre a solas) experimento una suerte de desprotección y, por el contrario, una de las cosas que mejor me hacen sentir y que más me divierten es cantar en grupo: me siento arropada por las otras voces, por las bocas que hacen iguales movimientos, por las expresiones similares de las otras caras, por esa comunión de tiempo y sonido. ¡Me encanta formar parte de ese unísono!
Y no es solo que mi voz quede sumergida por las otras voces que sí entonan bien, sino que, cuando canto con otras personas, sigo su entonación y lo hago mejor (eso creo yo).
A lo largo de esta semana que termina, he asistido a algunas conversaciones en las que se ha hablado del sentido de la vida. Yo pienso que los otros son una parte esencial de ese sentido. Tan importante como el yo, es el tú, como dice el psiquiatra Javier Urra.
Es como escribir, o como tener un blog: ¡Cuánto cambia, cuánto se enriquece en el momento en llegan los otros y comienzan a leer!
–También recuerdo otra canción… –comencé a decirle más tarde a mi madre.
Ella me miró con cara de espanto:
–¡Hija mía! Ya ha llovido bastante estos días.