Archivo por meses: mayo 2013

Juegos sucios

Ana se quedó en paro hace tres años y recientemente se estableció como autónoma. Es una diseñadora excelente; creativa, meticulosa y, además, una persona encantadora. Ha obtenido varios premios por sus diseños, y su trabajo siempre fue muy bien valorado en las empresas en las desarrolló su trayectoria profesional hasta que se quedó en paro. Está acostumbrada a trabajar en equipo, a colaborar y a conseguir de todos y, por supuesto, de sí misma, el mejor resultado que se puede obtener de un trabajo.

Pero, ay… aquellas buenas costumbres que teníamos…

Uno de sus clientes es una empresa de publicidad. El jefe está encantado con Ana, pero con quien ella tiene que vérselas cada semana es con Isabel, la diseñadora que hace tres años firmó un contrato fijo con la empresa.

Ana puso todos sus conocimientos y su imaginación al servicio de aquel primer boceto que tenía que entregarles. Isabel, más que poner, sacó: sacó todas las faltas que es posible sacar a un trabajo: el color era inadecuado; las formas, ridículas; el tamaño, grande en exceso; las líneas no iban a gustar a nadie; el mensaje no transmitía nada… Todo se lo dijo a voz en grito delante de los compañeros que trabajan con ella e incluso de algunos clientes que se encontraban allí en ese momento. Entre vituperio y vituperio, bajaba el tono de voz y variaba su expresión facial para intercalar a modo de estribillo: “A ver… que, por lo demás, está guay”.

A este vilipendio siguieron otros: a Ana le tocó asistir a reuniones en las que se sometían sus ideas al juicio injusto de los otros, que intercambiaban sonrisas de confabulación con Isabel cada vez que ella abría la boca. Gastó en ese trabajo horas de noche y de día; hizo, deshizo y volvió a hacer de nuevo a capricho de Isabel. Y lo que le resultó aún más despiadado que las humillaciones: tuvo que dejar al margen sus conocimientos, su imaginación, su punto de vista, sus gustos, su entusiasmo… y, en definitiva, su alma, eso que hace vibrar en silencio al alma que contempla después el trabajo acabado.

Isabel se ocupa de llamar a Ana cuando la empresa necesita de sus servicios, pero se ocupa poco, y cuando pasa demasiado tiempo sin que Ana reciba ninguna llamada, ella misma da el paso. Sucede entonces que Isabel comienza a exigirle de manera desproporcionada ideas, bocetos o lo que se le ocurre; trabajos absurdos y sin ningún sentido. Y así, entre el desprecio, el vacío y las inundaciones de trabajo, transcurre la relación profesional de Ana en esa empresa. Y no es muy distinto ese trato del que reciben otras personas que conozco; con el agravante, en algunos casos, de que quienes así humillan son a veces antiguos compañeros.

La neurociencia ha confirmado que el cerebro humano es un cerebro social y que estamos vinculados unos a otros. Pero esa ligazón no consiste en humillar, porque entonces habremos destruido nuestra humanidad.

En esta crisis se está jugando demasiado a la humillación, sin contar con que los seres humanos tenemos sentido de la justicia y no estamos dispuestos a que se nos humille. La sabiduría moral consiste precisamente en este sentido de la justicia y todos somos igual de dignos de respeto.

Se juega también a la competitividad, pero la competitividad no es un juego, y uno tiene que convertirse en excelente compitiendo consigo mismo y no con los demás. La excelencia se logra con la cooperación, y la ausencia de esta solo trae conflictos. A un profesional, sea del ámbito que sea, se le supone una enorme competencia y su deber es ponerla al servicio de su profesión. Flaco favor le hace a la profesión, y se hace a sí mismo, aquel cuyo único objetivo es apagar a aquellos que brillan más que él. 

Club de lectura del CRA «A Redolada» sobre «Petalos de luna»

Veintiuna lectoras de “Pétalos de luna” asistieron al Club de lectura organizado por profesoras y madres del CRA (Colegio Rural Agrupado) “A Redolada”, al cual pertenecen las escuelas de Peralta de Alcolea, Berbegal, Huerto, Pertusa y Laluenga. Compartimos tres deliciosas horas de conversación, impresiones y reflexiones. Los personajes de la novela nos guiaron por un sugerente recorrido a través de las emociones, los sentimientos, los hechos y las palabras. Hablamos del amor, del paro, del egoísmo, de la amistad, de los remordimientos, de lo fácil que es juzgar a la ligera…

Se refirieron más a la novela con la palabra “intriga” que con el término “romanticismo”. Y dijeron que “Pétalos de luna” les había absorbido de tal modo que, especialmente en la segunda mitad, les resultaba del todo imposible dejarla.

Tal vez las preguntas que se repitieron con más frecuencia fueron las relacionadas con esa línea invisible que separa la realidad de la ficción. ¿Qué es real? ¿Son los gustos de los personajes? ¿Sus preferencias literarias? ¿Son sus sueños? ¿Algún personaje tal vez?

¿Qué podía responder yo, que con mucha frecuencia me pregunto qué es real? No en la novela, sino en la vida. Según la Física cuántica, los electrones que giran en órbitas alrededor de un átomo solo manifiestan y ordenan sus características particulares cuando la conciencia humana posa su atención en ellos.

¿Existe la realidad o la creamos cada uno de nosotros? Comencé a hacerme esta pregunta cuando tenía cinco años. Una década después aquello se convirtió en una terrible obsesión para mí. Cuando caminaba por la calle y me veía reflejada en el escaparate de alguna tienda no venía a mi mente otro pensamiento: ¿existe el mundo o solo existo yo y todo lo demás está en mi imaginación?

Si los demás existen porque yo los imagino, mi existencia se la deberé también a aquellos que ponen su atención en mí. Y ya que se trata de un favor recíproco, ¿por qué no agradecérnoslo más?

Yo agradezco infinitamente al Club de lectura del CRA “A redolada” que pensaran en mí, que leyeran mi novela y que me invitaran a participar en ese delicioso encuentro. Y también a cada una de las mujeres que asistieron, que me escucharon, que me miraron, que me crearon para compartir conmigo una tarde feliz.

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Consiguieron emocionarme muchas veces

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También les hice reír

Isabel me leyó un precioso poema que compuso a partir de una frase de la novela "Agua y cielo"

Isabel me leyó un precioso poema que compuso a partir de una frase de la novela «Agua y cielo»

Luis Alegre recomienda «Pétalos de luna» en Aragón Televisión

Luis Alegre ha recomendado esta mañana «Pétalos de luna» en el programa Buenos días Aragón, de Aragón Televisión.

«Una novela apasionante llena de intriga e indagación sobre el misterio amoroso. Es una novela de amores complicados. Muy absorbente. Con una protagonista arrebatadora, Noelia Duch, por la que todos los hombres pierden la cabeza, y ella se enamora del hombre equivocado. Es una novela apasionante e hipnótica que desvela el gran talento literario de María Pilar Clau».

Papá

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Entramos con mi padre en una tienda de ultramarinos y saludamos a la tendera y a un señor que estaba comprando. Mientras papá hablaba con ellos, yo me entretuve contando las manzanas y leyendo las marcas de las tabletas de chocolate y de las bolsas de patatas fritas. Tan pronto como oí que mi padre se despedía, yo me apresuré a cogerlo de la mano (estaría, más o menos, a la altura de mi cabeza, pues yo era muy pequeña todavía). Dije adiós casi sin mirar y salimos a la calle. Recuerdo que caminaba mirando al suelo, saltando y contando las baldosas, pero sin soltar la mano de mi padre. Y también recuerdo que iba a preguntarle algo y comencé: “Papá” mientras volvía la cabeza hacia arriba para mirarlo. ¡Pero no era papá! Solté la mano de aquel desconocido y corrí sobre mis pasos tan deprisa como pude. Enseguida lo vi: estaba observándome desde el portal de la tienda de ultramarinos, se reía, y contemplé en su risa y en su mirada la promesa de que nunca dejaría de observarme y de que, aunque yo me fuera, él estaría siempre esperándome. Así ha sido siempre y así es.

Hoy es tu cumple, papi, por eso quiero hablar de ti. Hay muchas cosas bonitas que podría decir, muchas anécdotas que podría contar; tantas que me cuesta trabajo elegir, por eso he decidido quedarme con la más sencilla, esa que siempre nos hace sonreír a los dos. ¡Felicidades, papá! Te quiero.

Miquel Fuster: «La calle es una cárcel infinita»

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«He visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia”. Con la célebre frase de la película Blade Runner, el economista y dibujante Juan Royo ha presentado en Zaragoza a Miquel Fuster.

Fuster fue dibujante en Barcelona en los años 80 cuando, como él ha dicho, “se hablaba de dibujar igual que si se tratase de la fiebre del oro”. El editor y guionista Joseph Toutain puso en sus manos un guión del Oeste y Miquel comenzó así una carrera que le llevó a ganar mucho dinero. Tenía todo el trabajo que quería y, además, hacía lo que le gustaba.

Se casó a los 20 años, cuando todos sus amigos seguían solteros. El dinero que ganaba le permitía vivir dos vidas: una con su mujer y otra con sus amigos. A los 32 años se divorció y volvió al piso donde había vivido con sus padres. Su casa se convirtió en una sala de fiestas, y todo lo que ganaba lo gastaba en invitar a sus amigos y en beber.

Se enamoró de una mujer que tenía un genio endiablado hasta el punto de que en alguna ocasión intentó dejarla, pero ella se oponía. De pronto, un 6 de octubre, sin previo aviso, la mujer lo abandonó y él sintió que le disparaban un tiro por la espalda (así lo ha dicho).

Solo unos meses más tarde, cuando su dolor aún seguía vivo, la vivienda de Miquel se quemó y, como no consiguió dinero para reconstruirla, decidió venderla por la cantidad que le ofrecía la inmobiliaria: un millón de pesetas. Algunas personas le advirtieron que si lo vendía, se quedaría en la calle; pero él siguió adelante con su propósito porque pensó que en aquel piso le martirizarían los recuerdos del amor perdido. “No sabía entonces que, vayas a donde vayas, los recuerdos los llevas contigo”, ha dicho Miquel.

Buscó otro piso, pero el dinero que había obtenido de la venta del primero no le alcanzaba para comprarlo, de modo que optó por gastárselo bebiendo, y se cumplió lo que tanto le habían advertido: tuvo que vivir en la calle. “Y fui a morir a las tablas, como los toros”: en la calle, sí, pero en su barrio de siempre, en Sants, hasta que no pudo aguantar más la compasión con la que lo miraban sus antiguos vecinos y las personas que lo querían, porque a su dolor se sumaba el dolor de los otros, y se marchó al centro de la ciudad.

En la calle pasó mucho miedo: quemaban a indigentes. En una ocasión, unos jóvenes bien educados y bien vestidos se acercaron a darle conversación. Al marcharse, uno de ellos sacó un adoquín de debajo de la cazadora y se lo tiró a la cara. Le rompió la nariz, pero habría podido matarlo. Tuvo que ser ingresado en un hospital.

«La indigencia es vivir en un estado en el que beber es necesario para poder levantarte”, ha dicho Miquel, y ha añadido algo todavía más sobrecogedor: «sobrevivir a la calle y perder el miedo exige abandonar la parte más íntima de tus sentimientos”.

También entre los que viven en la calle hay conflictos, y Fuster tuvo que aprender a ser ecuánime, pero también a enseñar los dientes.

“La calle es una cárcel infinita. Es el cuento de nunca acabar”, ha dicho. Llevaba quince años como indigente cuando la fundación Arrels fue a recogerlo. Le ofrecían un techo, una cama, comida, a cambio de que dejara de beber; “pero, si dejaba de beber, vendría mi pasado”, contaba Miquel, y él no se sentía con las fuerzas necesarias para dejar entrar en su vida a ese tiempo que tanto amargura le ocasionó. Hasta que un día se dio cuenta de que no podía más y, casi a rastras, consiguió llegar hasta la fundación.

Hace diez años que ha salido de la calle. “Ahora tengo una cama; antes, cuando encontraba un cajero confortable, creía que estaba en un gran hotel”, ha dicho Miquel.

La calle le ha dejado algunas secuelas físicas; por ejemplo, solo tiene un riñón, y no sabe cuándo ni dónde le quitaron el otro porque ha sido ingresado varias veces en hospitales.

Y de lo que no tiene nada es de resentimiento, “porque el resentimiento hacia los demás y hacia uno mismo es el peor veneno que se puede llevar dentro”, ha dicho, y ha añadido: “al cabo de muchos años en la calle, me di cuenta de que era más sencillo no engañarme, que yo había sido el culpable, y decidí perdonarme”.

Este artista que es capaz de adivinar por el color de la tez y por el grado de encorvadura cuánto tiempo lleva una persona en la calle reconoce que su recuperación “ha sido un milagro”. Y dice que en la calle ha aprendido a escuchar, a ver pasar el tiempo. Ha aprendido cautela y discreción, y ha aprendido que hay más bondad que maldad.

Fuster tiene cuadros en museos y, en ningún momento, ni cuando estuvo en la calle, ni después, durante su recuperación, ha dejado de dibujar y de pintar.

Este artista que, como él ha afirmado, acaba de llegar al mundo y no tiene otras expectativas sino vivir en paz y seguir dibujando ha visto puestas de sol que nada tienen que ver con lo que vio el replicante de Blade Runner y ha visto más terror.

Un mujer que llora al otro lado del teléfono

Hoy he recibido una llamada que me ha conmovido: era una mujer que está leyendo “Pétalos de luna”. Se identifica tanto con los personajes y con las situaciones de la novela que su lectura le produce un desconcierto inaudito. Apenas nos conocemos y, no obstante, entre lágrimas, me ha contado su historia; me ha hablado de su amor y de su dolor. Sus palabras se mezclaban con el llanto y a veces me costaba entenderla; pero sí he comprendido que es una grandísima mujer.

Escribo con el corazón encogido y con los ojos nublados. Dos llantos distintos pujan por brotar: el de mi compasión por su dolor, y el de la emoción que me han proporcionado las cosas tan bonitas que me ha dicho de la novela. 

Además de por el puro placer de escribir, escribí “Pétalos de luna” con dos objetivos: primero, que los lectores disfrutaran de cada frase, y segundo (aunque tal vez debería ponerlo en primer lugar), que cada uno encontrara en ella aquello que necesitara: consuelo, esperanza, comprensión, un pequeño asidero, un empujoncito, etc.

De sus personajes aprendí algunas cosas: que en todo momento tenemos la posibilidad de decidir;  que si no nos entretuviéramos en juzgar, avanzaríamos más y en la dirección y el sentido más correctos; que cuando nuestro objetivo es ocasionar dolor a otro acabamos causándonoslo a nosotros mismos; que la vida no viene con el libro de instrucciones, pero sí que viene con el de las soluciones, y el precio de este último es obrar de manera honrada y tener un poquito de paciencia.

La mujer que me ha llamado cree que no es casualidad que esté leyendo «Pétalos de luna». Yo tampoco lo creo. Como tampoco creo que tú estés leyendo esto por casualidad.

Sentir con los otros

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Dice Luis Alegre que dice Fernando Trueba que la verdadera amistad se pone de manifiesto en las alegrías más que en las penas. Según él (Trueba), resulta más o menos fácil saber cómo comportarse cuando el amigo está pasando por un mal trance (con una visita, un acompañamiento, una llamada, un mensaje, etc.) que cuando vive un acontecimiento que le proporciona extraordinaria felicidad. Es precisamente en esta última circunstancia cuando los buenos amigos demuestran que lo son y cuando las personas que quieren prueban que quieren de verdad. Es más fácil fingir un gesto de tristeza que uno de alegría cuando no se siente de manera sincera.

Recientemente, la profesora Adela Cortina habló en Zaragoza (su conferencia me gustó mucho y hablaré otro día de ella) de la compasión, de esa capacidad que tenemos los seres humanos de padecer unos con otros. Decía ella que la falta de compasión está destruyendo nuestra humanidad y afirmaba que las clases mejor situadas han tenido poco en cuenta el sentido de la compasión. Yo opino que, si bien no es cuestión de clases, sino de personas, no le falta razón. Y añadiría que una buena parte de quienes durante esta crisis larga y feroz han conseguido mantener o mejorar sus puestos de trabajo no han tenido tampoco, ni tienen, compasión alguna por quienes lo han perdido.

Sin embargo, no solo la ausencia compasión está destruyendo nuestra humanidad; también la ausencia de congratulación. En un tiempo en el que la palabra “competitividad” se ha apoderado no solo de los discursos económicos, sino de las mentes, y estas, a su vez, de los corazones, la competitividad ha logrado aplastar la compasión y, con más ahínco si cabe, la congratulación, esa facultad humana de sentir alegría y satisfacción con la persona a quien ha acaecido un suceso feliz. Eso que Trueba considera tan difícil de expresar cuando no se siente de verdad.

La comunicación, comunicar, es transmitir y recibir señales utilizando un código común, es intercambiar información y sentimientos. Comunicación es unión, es trato… La compasión y la congratulación son parte primordial de ese código que tenemos los seres humanos para vivir como tales. Si perdemos nuestra aptitud para experimentar y para expresar cualquiera de estos dos sentimientos, habremos perdido nuestra autenticidad como seres humanos y la potencia física y moral de comunicarnos de manera plena.

(La foto es de Francisco Navarro – http://clubetiquetanegra.com/