El primer día más importante de mi vida fue un 31 de marzo, el día que nació mi hermana.
Mis hermanos son yo misma. Yo soy ellos.
No igual que yo (ellos son mucho mejores), sino yo.
No una parte de mí, sino yo.
No una prolongación de mí, sino yo.
Y yo, ellos.
Somos la misma sustancia, la misma sangre, el mismo misterio.
Somos el mismo amor que ama al otro igual que a sí mismo, que es también el otro.
Ya habíamos terminado de comer cuando Noa, la preciosa hija de María José, ha llegado del colegio. Ha abierto la cartera, ha sacado unas hojas de papel y unos lápices y se ha puesto a trazar algunas letras al lado del gran dibujante. Él le ha pedido una hoja y le ha dibujado una lagartija. No ha puesto su firma pero no era necesario, viene impresa en cada uno sus trazos. Inconfundible Forges.
Cuánto me gustaría que algún día, al leer cualquier fragmento que yo escriba, adivinen que soy yo la autora. Mientras, ensayo, pienso, miro y aprendo de los grandes, de los que ya lo han conseguido.
Ha sido un privilegio comer con Forges, mucho más que un genial dibujante. Aún más que sus dibujos deslumbran su inteligencia, su simpatía y su extraordinaria amabilidad.
“No se puede huir de la vida. En mis tiempos no se hablaba tanto de felicidad. Si llegaba, la agradecíamos. Pero también hay otras cosas que son igual de importantes y que compensan y tranquilizan el espíritu: el deber, el sentido de la responsabilidad”.
Escuché esto recientemente en una película de 1942, Como ella sola, dirigida por John Huston y protagonizada por Bette Davis y Olivia de Havilland. Se me quedaron grabadas esas palabras con las que el padre responde a las quejas de su irresponsable hija sobre su infelicidad.
Sin sentido de responsabilidad es imposible encontrar sentido a la existencia. Cuando falta la responsabilidad sobrevienen la injusticia, el caos, el desconcierto, la desconfianza y la infelicidad.
Quien renuncia a su responsabilidad está renunciando a su libertad.
«Vivir exige mucha responsabilidad”, dice Sándor Márai en su novela La hermana. Y la responsabilidad, además de libertad, implica valentía. La responsabilidad tiene que ver con elecciones ante una encrucijada de alternativas. Estamos constantemente eligiendo; a veces de manera consciente y otras de manera inconsciente.
El escritor debe tener un sentido muy exigente de la responsabilidad personal. El ejercicio de escribir obliga a elegir en cada frase, en cada palabra, en cada pensamiento y, como no, en cada personaje que construimos.
“Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos”, dijo José Saramago. También los personajes literarios son según son su memoria y su responsabilidad.
Uno de los personajes literarios que más me fascina y precisamente por su estricto sentido de la responsabilidad, es Johanna Sansíleri, protagonista de la última novela de Álvaro Pombo. Cuando muere su marido, descubre que había estado engañándola durante años, que tuvo una doble vida con otra mujer y, lejos de culparle a él o la otra mujer, busca en sí misma el motivo que llevó a su marido a engañarla.
También otro personaje, Henrik, de El último encuentro (Sándor Márai) asume, si bien casi al final de su vida, que tuvo su parte de responsabilidad en la infidelidad de su esposa.
La responsabilidad tiene que ver con la conciencia, con estar presente en cada acto. La realidad es el resultado de actos racionales y de impulsos irracionales. Y también la ficción, puesto que son los personajes los que legitiman la acción.
“Nos guste o no, todo lo que nos sucede es consecuencia de las decisiones que tomamos en el pasado”, dice Clara Barrabes, la narradora de Pétalos de luna.
Muchísimas gracias a Social in Way por invitarme a participar en sus interesantísimos cafés RSC.
Aquí podéis ver la película completa de John Huston que mencionaba al principio: