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Del ebook al papel o los caminos del éxito

Del ebook al papel o los caminos del éxito es el título de la mesa redonda en la que participaré el próximo miércoles, 30 de octubre, en el Congreso del Libro Electrónico.

El ebook y el papel son solo los soportes.
Lo esencial, la obra, la literatura.
¿Los caminos? Cuando la obra está escrita y publicada, en un formato o en otro, ya hay muchos caminos recorridos.
¿Y el éxito? Éxito es haber conseguido escribirla. Es sentirse satisfecha con ella. Es publicarla. Es que guste, que emocione, que se aprecie como una buena novela. Es que te hablen de su calidad literaria. Es que te escriba un lector y te dé las gracias por haberla escrito. Son todas las alegrías que se derivan de haberla publicado. Y es, por supuesto, que la lea y la disfrute el mayor número de personas posible. Y aquí, únicamente aquí, es donde el formato (ebook o papel) determina la diferencia.
Muchas personas no han leído “Pétalos de luna” porque no está publicada en papel, solo está en ebook.
A pesar de que para mí lo único que importa de una novela es su calidad literaria y no dónde y cómo la lees, confieso que hasta hace algo más de un año, asociaba el placer de leer con el libro en papel. Sin embargo, quizá a raíz de la publicación de “Pétalos de luna” en ebook, o tal vez solo porque los nuevos tiempos van trayendo cosas nuevas, comencé a acostumbrarme a leer en formato electrónico y voy encontrando en este cada vez más ventajas: es mucho más barato (“Pétalos de luna”, por ejemplo, solo vale 3,99€, o 3,79, según dónde se compra); no hay que quitarle el polvo; lo llevas contigo para leerlo en cualquier parte sin tener que soportar peso adicional; adaptas el tamaño de letra a tu capacidad de ver; puedes subrayar, escribir comentarios, encontrar el significado de una palabra en el diccionario solo con hacer clic sobre esa palabra…
Si es una buena obra, me produce idéntico placer leerla en ebook que leerla en papel. Y si no lo es, no me gusta en ninguno de los dos soportes. El modo en que se lee no añade ni quita nada ni a los personajes, ni al argumento, ni al lenguaje…
He releído en formato electrónico algunas novelas: Cien años de soledad, Fortunata y Jacinta, El retrato de Dorian Grey, Luz de Agosto, Marianela, Una mujer sin importancia, Doña Perfecta, etc. Y las he disfrutado igual que en su momento los disfruté en papel. Y he leído otras nuevas como por ejemplo La transformación de Johanna Sansíleri, novela que incluyo entre mis favoritas y entre las que más me han marcado.
Después de escribir todo esto, ¿cuáles diría que son los camino del éxito? Si entendemos por éxito que compren y lean la novela cuantas más personas mejor, el éxito es que la publiquen en todos los formatos, en ebook y en papel. Porque hay una parte del camino que recorre el autor, pero hay otra que hace el lector, y es necesario abrirle todas las vías para que transite hacia la novela por la que le resulte más fácil, o por la que más le apetezca.
A mí me queda por recorrer esa parte del camino, la que lleve a “Pétalos de luna” al papel para acercarla a más lectores.
Entre tanto, podéis comprarla en ebook en diversas páginas.
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Una hora menos de Lengua a la semana: el primer paso hacia la quiebra neuronal

Que dominen nuestra palabra, y ya habrán dominado nuestro seso; que nos la cambien, y estarán cambiándonos. No es cuestión de estética y adorno: afecta a las raíces mismas de la vida social.  (F. Lázaro Carreter, El dardo en la palabra)

Los alumnos de Primaria de Aragón estudiarán a partir del próximo curso una hora menos de Lengua a la semana.

“Cuando me lo contaron sentí el frío
de una hoja de acero en las entrañas,
me apoyé contra un muro, y un instante
la conciencia perdí de donde estaba”.

Reproduzco estos versos de Bécquer porque sentí un frío parecido cuando mi padre leyó en voz alta esta noticia en el Heraldo. Una hora multiplicada por el número de semanas que tiene un curso, por el número de cursos y por el número de alumnos, y perderemos la conciencia de donde estamos.

Si la lengua es el instrumento de comunicación del grupo humano que la habla, constituye entonces el factor de cohesión social más elemental: entenderse. La decadencia de la lengua, la ausencia de disciplina en su uso, pondrá en peligro la intercomunicación entre sus millones de hablantes. Mantener la lengua en perfecto estado es una cuestión social; sin embargo, los Gobiernos, que poseen la herramienta decisiva para mantener su unidad, los planes de estudios, desatienden esa obligación. Me pregunto si lo hacen porque saben o porque no saben. Y por más que discurro cuál de las dos causas es más grave, no consigo establecer una jerarquía entre ambas.

Este idioma que nos ofrece a todos un maravilloso repertorio para componer mensajes comprensibles no es solo nuestro (de Aragón), lo compartimos con otras Comunidades y con otros países. Limitar el conocimiento de ese repertorio es privarnos de la capacidad de comunicarnos con la misma calidad que el resto. El español es el segundo idioma más aprendido en el mundo. ¡El primero en California! Un idioma que la gente presume de hablar en EEUU. Si, por este motivo, uno de los objetivos de la Marca España es que en 2020 nuestro país sea un socio fundamental para las relaciones con Iberoamérica, mal se apañarán en ese horizonte los aragoneses que ahora están en primaria con su pobre nivel de español.

Y aún hay algo mucho peor que esto de romper nuestro futuro: arruinar nuestras neuronas. Aprender a expresarse es aprender a pensar. Pensamos con el lenguaje y, si lo usamos mal, pensaremos mal.

Gracias al lenguaje nos entendemos o nos malentendemos, manejamos nuestra inteligencia, transmitimos nuestra cultura… El idioma es el principal instrumento de trabajo de periodistas, profesores, abogados, políticos… Y a los escritores, ¿quién nos entenderá dentro de este territorio?

Feria del libro

Cooperar para hacer frente a la deshumanización

El paro es un monstruo de muchas cabezas: la del miedo, la de la pobreza, la de la desesperanza, la de la tristeza, la del dolor, la del abandono, la de la soledad… A cada uno se le van presentando unas y otras en sucesivas fases, cada cual más horrenda que la anterior. Quienes nunca han tenido esta experiencia son, en su mayoría, incapaces de comprender. Los hay que siguen pensando que quien quiere trabajar trabaja. ¡Ay, qué poco conocen estos tiempos! ¡Y qué poco saben de humanidad! Y los hay que experimentan una suerte de regocijo al ver a los que han caído porque, al mirar al compañero parado se sienten “superiores”: ellos son mejores, no los han despedido, incluso quizá les hayan dado algún cargo mejor.  Sin embargo, nadie es superior a nadie excepto por la bondad. Y la bondad está lejos de quien no es capaz de comprender el dolor del otro e intentar ponerle remedio.

En estos días no puedo evitar acordarme de las palabras de un político en un acto de la Navidad de 2010. “Lo peor ha pasado ya -dijo muy ufano-. La crisis ha terminado y este año recuperaremos la bonanza económica”. ¿Qué les parece? Un lince, ¿no?

En verano de 2011 me quedé en paro y padecí los duros embates de la ausencia: ausencia de horarios, de obligaciones laborales, de compañeros, de llamadas… Advertí con horror que ni mis conocimientos ni mi experiencia eran necesarios para nadie. Como me decía esta semana mi compañera y amiga Elena, cualquier ventaja de este talante, lejos de abrir puertas, las cierra, puesto que muchos de quienes todavía conservan sus puestos nos miran a los “freelances”, “autónomos”, “emprendedores”… (llámese como se quiera) como una amenaza y, según Elena, nuestra preparación y nuestras habilidades sociales son inversamente proporcionales a las posibilidades que tenemos de que cuenten con nosotros. A más torpes, más posibilidades.

En 2011 llamé a muchas puertas. A dos de ellas con más ímpetu. Una rechazó de plano mi propuesta después de dos meses de haberme hecho albergar esperanzas; la otra la aceptó y sigo trabajando con ella. La admiro, la respeto y me siento inmensamente privilegiada por trabajar para ella. En cuanto a la primera, que en una de aquellas conversaciones que tuvimos me contó que tenía un puesto fijo, la han despedido en estos días.

He visto (y sigo viendo) caer muchas torres desde hace dos años y medio. También cayó aquel augur que con tanta solemnidad habló en la Navidad de 2010. Me admira la rapidez con que los que miraban hacia abajo han tenido que aprender a mirar hacia arriba. Algunos ni siquiera han aprendido a mirar. Quienes nunca cogían el teléfono ahora esperan desesperadamente que alguien les llame.

En una sola semana han imputado a dos personas que, en diferentes momentos de mi vida, me han dejado sin trabajo; uno, para poner en mi puesto a su novia (otro día lo contaré). Cuando he leído las noticias de las dos imputaciones he pensado que aunque las personas no somos justas, el mundo muchas veces lo es.

Solo en esta semana he recibido la noticia de tres compañeros que se han quedado en paro.  ¿Qué podemos hacer para que cese ya esta sangría? Visto que no podemos confiar en el sistema, que no siente, que no comprende… Bastante trabajo tiene ya con buscar dónde esconder el dinero que se han llevado y con convencer o distraer a la justicia… y a la sociedad. ¡Como si no conociéramos los que trabajamos en Comunicación cómo funcionan esas estrategias de distracción, las preferidas por los malos profesionales!

Visto, como decía, que no podemos confiar en un sistema que nos anula y que nos roba, habremos de poner todos cartas en el asunto y cooperar. Tomar conciencia de que el cambio es lo único seguro; que quien hoy está arriba mañana estará abajo y viceversa, y que, por tanto, es bastante ridículo mirar por encima del hombro a quien hoy no trabaja o a quien ocupa un puesto inferior, porque mañana nuestras posiciones habrán cambiado.

Quien ayuda, quien coopera, tiene más posibilidades de prosperar porque se abre también a la ayuda que el otro le proporciona, porque se gana la gratitud, el respeto y el cariño de los otros (lo cual de por sí ya tiene bastante valor); pero, sobre todo, porque la calidad de la persona no se la confiere el puesto que ocupa en la sociedad, sino su manera de estar en el mundo, su generosidad, su humanidad, su libertad, su humildad, su sabiduría y, en definitiva, su bondad, que es el compendio de todo esto.

La responsabilidad en la toma de decisiones pasa por tener en cuenta a los otros. En no olvidar que tan importante como el “yo” es el “tú”.

“Un placer hacer equipo”,  escribía en Twitter Nerea Vadillo en respuesta a la foto que acababa de publicar Elena Torres y que nos hicimos en la cena de Navidad de Dircom. Me gustó mucho esa respuesta: sin equipo, nos quedamos todos como simples espectadores de una obra dramática chabacana y grotesca.  Un placer disfrutar de la compañía y de la conversación de personas tan encantadoras como Elena y Nerea. Y también de Vanessa, aunque no salga en la foto.

“Un placer hacer equipo”, escribía en Twitter Nerea Vadillo en respuesta a la foto que acababa de publicar Elena Torres y que nos hicimos en la cena de Navidad de Dircom. Me gustó mucho esa respuesta: sin equipo, nos quedamos todos como simples espectadores de una obra dramática chabacana y grotesca. Un placer disfrutar de la compañía y de la conversación de personas tan encantadoras como Elena y Nerea. Y también de Vanessa, aunque no salga en la foto.

Los amigos de las redes sociales

Desagrada a algunos que facebook denomine “amigos” a los… ¿Cómo dirían ustedes? Facebook los llama “amigos” y entiende que tenemos un vínculo previo en la vida real con aquellas personas cuya “amistad” solicitamos o aceptamos en la red.

Sin embargo, desde mi punto de vista, el gran mérito de las redes sociales (tal vez porque son gratis no hemos llegado a advertir su gran valor) es que nos permiten comunicarnos con personas a quienes no conocemos y, casi con seguridad, jamás podríamos conocer de otro modo: gente a la que admiramos, gente que nos inspira un gran respeto porque muestra interés por nosotros, gente que cuenta cosas que nos interesan, gente que nos informa, que nos advierte, que nos hace sonreír, que nos emociona, gente que nos apoya, que nos consuela, que nos anima y ¡gente que nos muestra otra forma de ver las cosas!, lo cual es excelente para nuestras neuronas. Las redes sociales nos permiten escuchar y hablar a toda esa gente, y de ese trato pueden nacer verdaderos afectos. Conocer, escuchar y hablar, es el primer paso de la amistad.  

«En el principio era el Verbo… Todas las cosas por él fueron hechas» (Juan 1). Las palabras expresan pensamientos y propósitos, y tienen, a su vez, un gran poder creador. “Amigo” me parece una palabra preciosa: es fértil, flexible y desplegable. Los amigos no se acaban en los que ya tenemos, sino que siempre podemos tener más. Cuando menos y donde menos lo esperamos, conocemos a una persona, congeniamos y ese encuentro puede convertirse en una larga y fecunda amistad.

No sé si es por el poder creador de la palabra o por lo valiosos que son mis amigos de las redes sociales, o tal vez por ambas cosas, me siento inmensamente afortunada de tenerlos.

La escritora, diplomática y una de las grandes líderes del siglo pasado, Eleanor Roosevelt, dijo que “la amistad con uno mismo es de suma importancia, ya que, sin ella uno no puede ser amigo de nadie más en el mundo”.  Yo me atrevo a añadir que las redes sociales ayudan a uno a ser mejor amigo de sí mismo, y también a ser mejor persona en tanto le hacen consciente de que el individualismo es una patraña, y que hay valores como el respeto por los demás, la responsabilidad de lo que publicamos o la cooperación que merecen la pena.

para web

Las causalidades efectivas

Quienes no creemos en la casualidad sino en las causas y los efectos aprovechamos cualquier circunstancia, por simple que parezca o por difícil o dura que sea, para seducir a los imprevistos y conseguir que se pongan de nuestra parte, aunque ello nos exija inventar nuevas historias y vivirlas.

Escribo sobre las elecciones al hilo de un taller organizado por Dircom al cual asistí hace casi dos semanas. Quise hacerlo justo al acabar, pero una faringitis me ha mantenido bajo mínimos durante todos estos días y ni para pensar me han alcanzado las fuerzas. Como la fiebre ya me acompañaba aquella mañana; había dormido mal y no me encontraba con demasiada energía, la primera elección consciente que hube de hacer fue entre acudir o no al taller. Opté por lo primero.

Nada más llegar me sorprendí gratamente con la presencia de una persona a quien sigo en las redes sociales y además admiro mucho: Juan Royo. ¡Buena decisión la primera de la mañana!

Para comenzar el taller, también tuvimos que escoger: tomar una frase de entre muchas que habían expuesto. A continuación, nos agruparon de acuerdo a criterios que desconocíamos y ¡me tocó jugar en equipo con Juan! También con Cristina y con Vanesa.

La parte teórica se presentó con la siguiente frase: “El primer ejercicio nos ha gustado porque elegir nos hacer felices”. No estoy muy de acuerdo con esa frase; yo la pondría entre interrogantes: ¿Elegir nos hace felices? Incluiría este verbo sin interrogantes en esta otra: “Estamos obligados a elegir”, o en esta: “No elegir no es una alternativa”.

Elegir nos hace felices solo a veces, otras veces nos hace perder el tiempo y hay ocasiones en las que elegir puede ser una forma de tortura. Sin embargo, no nos queda otro remedio que hacerlo.

Actuar es elegir y los seres humanos estamos constantemente optando, a veces de manera consciente y otras sin darnos cuenta. Nuestras elecciones se apoyan en los conocimientos que tenemos, en nuestras experiencias; pero también en la imaginación y en la intuición porque casi nunca tenemos todo el conocimiento que es necesario para elegir. Además, nuestros deseos y nuestras emociones intervienen también en cada preferencia.

Lo que nos hace felices no es, desde mi punto de vista, elegir; sino poseer todos los conocimientos necesarios para tomar la alternativa mejor. En caso contrario, elegir solo puede hacernos felices cuando de su resultado no depende nada verdaderamente importante.

Sin embargo, la necesidad de actuar va siempre más allá de nuestros conocimientos y de nuestra imaginación, aunque esta consiga trascender las apariencias inmediatas. Supuesto que nunca disponemos ni del saber ni de la invención que precisamos para diferenciar aquello que más nos conviene, el resultado de nuestras elecciones no es siempre exactamente el esperado. A veces es mejor (como me ocurrió el día al cual me he referido); otras, peor, y muchas, irreconocible de tan lejos que está de la realidad imaginada.

Todas nuestras elecciones están, pues, sujetas a cierto grado de incertidumbre e involuntariedad. Algunos lo llaman casualidad o azar. Otros pensamos que los acasos, lo inesperado, son causas cuyo efecto habrá de beneficiarnos por necesidad en un futuro más o menos lejano. A veces responden a un deseo íntimo que ni siquiera nos hemos atrevido a identificar.

Salí feliz de aquel taller: conocí a Juan; estuve con Mario, con Cristina, con Vanesa y con otros compañeros y amigos; aprendí y me divertí. Y concluí que el privilegio de mi gozo no se lo debía al azar, sino a mi buen tino a la hora de avanzar en ese “laberinto de los efectos y de las causas”, donde, como decía Borges, “la razón no cesará de soñar”.

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Juegos sucios

Ana se quedó en paro hace tres años y recientemente se estableció como autónoma. Es una diseñadora excelente; creativa, meticulosa y, además, una persona encantadora. Ha obtenido varios premios por sus diseños, y su trabajo siempre fue muy bien valorado en las empresas en las desarrolló su trayectoria profesional hasta que se quedó en paro. Está acostumbrada a trabajar en equipo, a colaborar y a conseguir de todos y, por supuesto, de sí misma, el mejor resultado que se puede obtener de un trabajo.

Pero, ay… aquellas buenas costumbres que teníamos…

Uno de sus clientes es una empresa de publicidad. El jefe está encantado con Ana, pero con quien ella tiene que vérselas cada semana es con Isabel, la diseñadora que hace tres años firmó un contrato fijo con la empresa.

Ana puso todos sus conocimientos y su imaginación al servicio de aquel primer boceto que tenía que entregarles. Isabel, más que poner, sacó: sacó todas las faltas que es posible sacar a un trabajo: el color era inadecuado; las formas, ridículas; el tamaño, grande en exceso; las líneas no iban a gustar a nadie; el mensaje no transmitía nada… Todo se lo dijo a voz en grito delante de los compañeros que trabajan con ella e incluso de algunos clientes que se encontraban allí en ese momento. Entre vituperio y vituperio, bajaba el tono de voz y variaba su expresión facial para intercalar a modo de estribillo: “A ver… que, por lo demás, está guay”.

A este vilipendio siguieron otros: a Ana le tocó asistir a reuniones en las que se sometían sus ideas al juicio injusto de los otros, que intercambiaban sonrisas de confabulación con Isabel cada vez que ella abría la boca. Gastó en ese trabajo horas de noche y de día; hizo, deshizo y volvió a hacer de nuevo a capricho de Isabel. Y lo que le resultó aún más despiadado que las humillaciones: tuvo que dejar al margen sus conocimientos, su imaginación, su punto de vista, sus gustos, su entusiasmo… y, en definitiva, su alma, eso que hace vibrar en silencio al alma que contempla después el trabajo acabado.

Isabel se ocupa de llamar a Ana cuando la empresa necesita de sus servicios, pero se ocupa poco, y cuando pasa demasiado tiempo sin que Ana reciba ninguna llamada, ella misma da el paso. Sucede entonces que Isabel comienza a exigirle de manera desproporcionada ideas, bocetos o lo que se le ocurre; trabajos absurdos y sin ningún sentido. Y así, entre el desprecio, el vacío y las inundaciones de trabajo, transcurre la relación profesional de Ana en esa empresa. Y no es muy distinto ese trato del que reciben otras personas que conozco; con el agravante, en algunos casos, de que quienes así humillan son a veces antiguos compañeros.

La neurociencia ha confirmado que el cerebro humano es un cerebro social y que estamos vinculados unos a otros. Pero esa ligazón no consiste en humillar, porque entonces habremos destruido nuestra humanidad.

En esta crisis se está jugando demasiado a la humillación, sin contar con que los seres humanos tenemos sentido de la justicia y no estamos dispuestos a que se nos humille. La sabiduría moral consiste precisamente en este sentido de la justicia y todos somos igual de dignos de respeto.

Se juega también a la competitividad, pero la competitividad no es un juego, y uno tiene que convertirse en excelente compitiendo consigo mismo y no con los demás. La excelencia se logra con la cooperación, y la ausencia de esta solo trae conflictos. A un profesional, sea del ámbito que sea, se le supone una enorme competencia y su deber es ponerla al servicio de su profesión. Flaco favor le hace a la profesión, y se hace a sí mismo, aquel cuyo único objetivo es apagar a aquellos que brillan más que él. 

Urdangarín y la jequesa

Jeques

Acabábamos de cruzar el puente Alejandro III y estábamos a punto de llegar a le Gran Palais cuando vimos que pasaba la comitiva. Marisé nos había dicho por teléfono la noche anterior que la jequesa de Qatar también estaba  esos días (junio de 2009) en París, como nosotros, aunque nosotros no íbamos en comitiva.

La jequesa se puso de moda y poco tiempo después (abril de 2011) pudimos verla con turbantes de diferentes colores en Madrid. En París posó con Sarkozy y Carla Bruni, y en Madrid con los reyes, los príncipes y la esposa de Iñaki Urdangarín.

En un caso y otro parece lógico y comprensible que los jeques agradezcan las atenciones que les dispensaron los del Elíseo, que ya no viven allí porque los franceses así lo decidieron con sus votos, y los de la Zarzuela, que siguen viviendo allí porque a nosotros no nos dejan votar respecto a los inquilinos de ce palais.

Seguro que, cuando Urdangarín esté trabajando en Qatar, los jeques lo invitarán algún día a comer para corresponder a los honores con que aquí fueron tratados por sus suegros.

Eso nos da igual; sin embargo, algo falla.

No pretendemos ser jueces de nadie, pero sí nos gustaría que los jueces, los fiscales y todos aquellos a quienes corresponde ejercer la justicia, la ejerzan.

Y tampoco queremos meternos en vidas ajenas, salvo que nos veamos perjudicados por esas vidas ajenas. Y sucede que, en el ínterin, en ese largo intervalo que transcurre entre el momento en que algunos (no sabemos quiénes porque no ha habido juicios todavía) se embolsaron una escandalosa cantidad de dinero público, y el tiempo en que lo devuelvan (si por suerte llegan a hacerlo algún día), muchos ciudadanos lo estamos pagando injustamente. Nos recortan en Sanidad y en Educación, crece el paro, suben los impuestos… Sufrimos lo que otros disfrutaron.