En Nochebuena, mi padre no cerraba la puerta de casa. Decía que debía permanecer abierta por si pasaba alguien que no tenía qué cenar o dónde dormir. Aquello se presentaba ante mí como una excelente oportunidad para hacer algo bueno. Cada Navidad anhelaba la llegada de un pobre con quien compartir no solo la cena y el techo, sino también nuestra alegría.
Hacer algo bueno por otra persona es la más extraordinaria ocasión que se nos puede ofrecer en la vida. Porque proporciona la mayor de la felicidades. Y no es una felicidad pasajera.
En esta Navidad, mi deseo es que mantengamos las puertas de nuestro corazón abiertas de par en par por si pasa alguien que necesita nuestra ayuda y nuestro cariño. Que tengamos muchas oportunidades para ser felices y sepamos aprovecharlas.
Feliz Navidad