En mis paseos casi diarios me gusta observar las distintas vías de comunicación que se cruzan unas con otras o discurren paralelas: carreteras, paseos, caminos, sendas, puentes, escaleras (unas con barandilla y otras sin ella), el río, el canal, el cielo… Hay días en los que apenas me encuentro con nadie: algunos coches, algún avión, alguna bicicleta… Y hay otros en las que se me antoja que todos nos hemos puesto de acuerdo para salir a la misma hora y, por esas vías que otros días están vacías, circulan aviones, coches, autobuses escolares, bicis, patines…, excepto barcos. Barcos, ninguno. Ni por el río, ni por el canal. Entre los que vamos a pie, estamos los que caminamos deprisa, los que pasean despacio, los que van en bici, los que patinan, los que corren, los que se sientan en los bancos a beberse esos deliciosos rallos de sol de invierno… Algunos salen a pasear con paraguas (por si acaso) aunque solo se vea una nube allá a lo lejos, en el horizonte. Los hay que van tapados hasta las cejas y los hay que salen en manga corta. Unos van disfrutando del paseo y otros van pensando en la de cosas que tienen que hacer después, pero claro, ¿y la tensión? ¿y el colesterol? Lo primero es lo primero. Algunos van a pasear a los perros (uno, dos o incluso tres). ¿Se acuerdan de cuando les contaba que no podía adentrarme sola en los parques porque me daban miedo los perros? Algunos chicos se paran entre los árboles a hacer slackline. Una señora se detiene admirada ante un joven que hace equilibrios sobre la goma. Después de observarlo un rato, le dice: “¡No estás poco mejor aquí que en el ordenador!” El slackline, los bancos, los miradores, una fotografía o los besos (para los enamorados), son algunas excusas para detenerse. Algunas personas caminan en grupos o en pareja, y otros, solos. Unos saludan y otros, por el contrario, miran hacia el suelo o fijan la vista al frente cuando se cruzan con otros.
Es la vida. Para unos el sosiego de la vida, la pausa, el entreacto, el respiro. Para otros, el entrenamiento, los deberes del médico, o de uno mismo. Y luego están los que no han salido porque es invierno y hace frío. O porque tenían que trabajar (dichosos ellos en estos tiempos de crisis y paro).
A veces me da pereza salir y siempre encuentro distintas razones para no hacerlo; sin embargo, cuando las he desterrado todas me siento satisfecha. Será que, como dijo Alejandra Vallejo Nájera hace pocos días en Zaragoza, la satisfacción de la conquista existe, y nos motivamos con nuestros propios logros.
En cada paseo aprendo alguna cosa, y gracias a esas citas con la naturaleza y con los otros paseantes con quienes no hablo, he aprendido que, en ocasiones, los impulsos son más acertados que las decisiones (estas últimas seguramente me impedirían pasear gran parte de los días), que venciendo la pereza y el miedo se llega mucho más lejos, que si cambiamos las viejas rutas por otras nuevas descubrimos nuevas vistas, que un mismo camino se puede recorrer en sentidos distintos y si cambiamos el sentido descubrimos otro punto de vista.
He aprendido que puentear no tiene por qué ser siembre una falta de respeto, sino que es una necesidad cuando lo que pretende es saltar un obstáculo que te impide descubrir algo tan luminoso como la verdad. Y que para evitar ser puenteado es preciso ser transparente y noble, y saber alimentar esa verdad.
«La verdad es lo que es
y sigue siendo verdad
aunque se piense al revés»
(Antonio Machado)
Las fotos son de Mariano Gistaín.
Maravilloso,María Pilar Poetisa de la vida, de las cosas sencillas en las que encuentras un pensamiento,una razón de ser, enorme inspiración late en tu corazón,lo cual agradezco con admiración.Hermosas fotos que acompañan en imagen lo que comunicas con cariño a los que te conocemos ,un beso para ti con toda mi inspiración querida.
Oh, que bonito, Antonio. Mil gracias por tus palabras. Un beso.