“Qué tal si deliramos por un ratito / Qué tal si clavamos los ojos más allá de la infamia para adivinar otro mundo posible…” Eduardo Galeano
La comunicación es una potente herramienta de transformación social. Mientras la malempleemos para dar pábulo a un mundo sin alma y sin valores, a un mundo superficial, ímprobo e injusto, estaremos desaprovechando el instrumento más útil que tiene la humanidad para adivinar otro mundo posible.
“Los responsables de comunicación hemos estado alimentando a muchos vampiros, construyendo empresas sin alma. No hemos trabajado el carácter sino la notoriedad”, dijo el presidente de Dircom, José Manuel Velasco, esta semana en Zaragoza. ¡Cuánto me gustó oír esto! Por supuesto, no quiero decir que me guste que así sea, sino que alguien lo diga por fin en voz alta. Así es, no hemos trabajado el carácter, sino la notoriedad.
Más interesados por la apariencia que por la verdad, no nos hemos conformado con descuidar esta última, que habría sido ya bastante grave, sino que la hemos denigrado hasta convertirla en un estorbo, y en muchos casos hemos denominado “comunicación” a un aparato de inventar y contar mentiras.
La falsedad, la deslealtad, la desconsideración… parecen a algunos mucho más efectivas que la integridad, la coherencia, la responsabilidad o el respeto. Lo primero es útil para la acción y lo segundo, única y exclusivamente, para el discurso. He oído a algún director de comunicación hacer gala de su carencia de valores y he visto a sus secuaces hacerle la ola por ese motivo.
Hablar de valores está de moda, pero tenerlos ha sido (ojalá no lo sea ya), hasta hace muy poco tiempo, anticuado, poco progre.
La comunicación y la comida son derechos humanos, decía Eduardo Galeano en el mismo poema que he citado más arriba, pero esta comunicación a la que todos tenemos derecho lleva en su esencia principios como: verdad (sin verdad no hay confianza y la falta de confianza destruye la comunicación), coherencia, responsabilidad y respeto. Un director de comunicación ha de tener estos valores e impulsar en su organización y en el contexto en el que comunica un comportamiento acorde con esos principios, un alma.
Llevamos en cada uno de nosotros la semilla para mejorar el mundo. Hacerla crecer es vital para la felicidad individual y colectiva. Tener valores y vivir de acuerdo con ellos crea una sensación reconfortante de paz y de confianza a uno mismo, al entorno inmediato, a la sociedad en general y a sociedades futuras.
También esta semana, contaba el delegado de Aragón Exterior en Kazajistán, Karlos Landeta, que los kazajos no cierran nunca un acuerdo si de él no se deriva la ganancia para todas las partes. Saben que, si el otro pierde, no volverá a hacer negocios con ellos.
La mentira, la improbidad y la injusticia podrán servir (a corto plazo) a la notoriedad, pero nunca al carácter. Si nos dejamos arrastrar por el impulso de ganar a corto plazo estaremos perdiendo la oportunidad de inventar y de vivir otro mundo posible.