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Alma a quien todo un dios prisión ha sido…

Hoy he pasado por la plaza de los Sitios y he hecho esta foto. No puedo evitar mirar esta fachada cada vez que paso por delante y preguntarme en qué piso viviría Noelia Duch, la protagonista de “Pétalos de luna”. ¿Desde cuál de esas ventanas arrojó la dedicatoria que arrancó del libro de poemas?

Y me acuerdo de Maribel Verdú. Cuando me llamó entusiasmada después de leer la novela. Me dijo que “Pétalos de luna” le parecía “cinematográfica no, lo siguiente”, me habló, ente otras, de esta escena. Y también se refirió a ella en la presentación de la novela: “esa hoja de un libro que vuela en una noche terrible, unas palabras escritas hace cinco siglos que resucitan para decir una verdad que nadie desea crear con palabras de hoy”.

Os transcribo un trocito de la escena. Lo que ocurrió detrás de una de esas ventanas de la foto la noche del 27 de enero de 2001:

…“Héctor había introducido en el Paraíso, con premeditación y alevosía, la realidad doliente, el mismo infierno. Ya experimentaba mi amiga esa catábasis en su soledad desde hacía un año: el averno de lo incierto, los silencios, las ausencias, la otra vida de él, Inés. Pero no era lo mismo descender al ultramundo desde la tierra que hacerlo desde el mismo Paraíso. La realidad que ambos se habían esforzado en vencer con la fantasía la empujaba ahora al otro lado de la vida.
Le tocaba a Noelia poner fin a esa historia de mentiras, pero Héctor se le había adelantado. Él vencía. Él le presentaba en unos versos el fatal destino al que su amor estaba abocado. Ese destino que ella estaba empeñada en aplazar, en señalarle el lugar y la hora.
Se levantó, abrió los ojos y le enseñó sin pudor sus lágrimas, abrió el pecho y le mostró la herida sangrante, arrancó con furia la hoja en la que estaba escrita la dedicatoria, hizo con ella una pelota y la arrojó con rabia por la ventana.
—¿A esto has venido? ¿No podías habérmelo dicho por teléfono? —le gritó.
Jamás Héctor había imaginado a Noelia de ese modo. Jamás ella había estado así. Sacó toda la ira almacenada durante un año, le estalló el dolor comprimido de tantas horas de ausencia y de mentira.
Como mil caballos desbocados, como un temible volcán de lava ardiente, lava que era la amargura de un año reprimida, castigada sin salir de sus entrañas. Cielo horadado por piedras encendidas, Noelia rugía como un furioso oleaje de horrísonos espumajos. Miraba a Héctor con sus ojos volcánicos, que él nunca había visto en erupción. Ni los estaba viendo porque no se había atrevido a mirarla desde que puso en sus manos aquella desgarradora dedicatoria.
El tormento que mi amiga había estado soportando tantos días, los vientos y las lluvias que había estado conteniendo en su alma durante sus encuentros para que el sol brillara permanentemente en el Paraíso, para que las estrellas estuvieran todas las noches dispuestas de manera perfecta, para que no faltara nunca la luna, rompían ahora todos los diques de su cuerpo y de su alma, y la tormenta más cruel rasgaba el Paraíso en mil jirones. Y temblaba la tierra y un abismo se abría entre los dos amantes.
Poderosas palabras las del poeta que, cuatro siglos después, hacían temblar el Paraíso y frenaban las órbitas de todos los planetas del universo. «Amor constante más allá de la muerte», para decir que su amor ya no tenía tiempo ni lugar en esta vida.»…

 

«Todo parece imposible hasta que se hace» (Nelson Mandela)

Las conquistas, los logros, las grandes ambiciones, solo tienen valor si contribuyen al bien común. Los gigantes de la historia son hombres de marcado carácter cuyos méritos y triunfos sobrevivirán a su época y a todas las épocas porque su historia es nuestra historia. Gracias, Nelson Mandela.

INVICTUS – William Ernest Henley (Long John Silver)

Más allá de la noche que me cubre
negra como el abismo insondable,
doy gracias a los dioses que pudieran existir
por mi alma invicta.
En las azarosas garras de las circunstancias
nunca me he lamentado ni he pestañeado.
Sometido a los golpes del destino
mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.
Más allá de este lugar de cólera y lágrimas
donde yace el Horror de la Sombra,
la amenaza de los años
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el portal,
cuán cargada de castigos la sentencia,
soy el amo de mi destino:
soy el capitán de mi alma.

(«Invictus» es el poema que Nelson Mandela se recitaba a sí mismo cuando llegaban los momentos peores a lo largo de su terrible cautiverio en prisiones sudafricanas por su lucha contra el racismo y el apartheid)