Domina el lenguaje igual que cualquier escritor quisiera hacerlo algún día. Tiene además un don para convertirlo, si es necesario, en un recurso cómico en sí mismo, y lo hace con la misma sabiduría, con la misma agudeza y elegancia con que lo hacía Cervantes en el Quijote, en los momentos indicados (aún en los más duros y crueles, que es precisamente cuando más se necesita) y con la intensidad oportuna. En ese humor se halla, según ella, la clave de la lealtad de sus lectores; pero hay muchas más cosas: está su prosa eficaz, límpida, depurada que fluye desde el papel hasta la mente y hasta las entrañas de quien la lee. Dice Alicia Giménez Bartlet que espera con ansia cada día que lleguen las ocho de la tarde porque es la hora a la que ella se sienta a disfrutar de sus lecturas, y yo lo que anhelo es encontrame con ella en sus obras. Ya llevo leídas unas cuantas pero no pararé hasta que las complete todas porque cuando se empieza a leer a Barltett ya no se puede parar. Experimenta con nuevos modos de narrar que unidos a la variedad de sus personajes dan como resultado apasionantes polifonías de lenguajes, de estilos orales y de léxico. Leed su última novela, “Hombres desnudos”, y escucharéis un concierto sublime. Crea personajes reales, compactos, libres y dueños de su albedrío a los que respeta y trata con inmenso cariño, a cada uno de ellos. Después de conocerla, una se da cuenta de que no puede ser de otra manera.
Millones de gracias a Ramón Acín, a Bizén Fuster y a la Diputación de Zaragoza por regalarme la oportunidad de pasar una tarde con la grandísima Alicia Giménez Bartlett. ¡Cuánto me divertí y cuánto aprendí!