Ahora que las redes sociales nos están devolviendo el poder a las personas, las empresas y las instituciones lo tienen chupado.
Tienen la oportunidad de escucharnos, de entendernos, de atendernos, de respondernos, de saber lo que necesitamos y lo que queremos, lo que nos gusta y lo que no, lo que nos hace felices. Así es difícil que lo hagan mal. Salvo que todavía no hayan comprendido que el poder, cada vez más, lo tenemos las personas. Salvo que todavía no se hayan dado cuenta de que el suyo va a estar a expensas de nosotros; mejor dicho, de lo que hagan por nosotros.
Las victorias en las redes sociales no se alcanzan poniendo euros encima de la mesa. Aquí, las victorias se obtienen con otras monedas: verdad, humildad, empatía, sensibilidad, interés por los demás, capacidad de influir y de convencer… Los nuevos canales de comunicación nada tienen que ver con los viejos.
Mezcla de comunicación, marketing y gestión social, las redes son el alma social de las organizaciones. El alma que las respira. El alma que anima, que da la cara y que no deja a los seguidores con el tuit en la boca (una aplicación que suelta tuits a la hora que se le indica no es un alma, es una máquina). El alma ha de ser una persona humana capaz de establecer, en nombre de la organización, relaciones reales y transparentes.
Consideran algunas organizaciones que cualquiera que se maneje bien con las nuevas tecnologías puede comunicarse en nombre de la empresa a través de las redes sociales. Y no se dan cuenta de que lo que están poniendo en juego es su reputación, su imagen y, en consecuencia, su marca.
Las posibilidades de cometer errores en las redes son muy altas. Una mala estrategia, una muestra de falta de respeto, un descuido o un mal uso del lenguaje pueden dar al traste con la mejor marca. La persona que gestione las redes sociales de una empresa habrá de tener, al menos, experiencia en comunicación, capacidad de gestión en situaciones complejas, facilidad de trato personal, habilidades emocionales y, por supuesto, dominio del lenguaje. Un error tecnológico es perdonable, un error en el lenguaje (frases mal construidas, fallos gramaticales o sintácticos, faltas de ortografía…) es un destrozo para la imagen. Y si no que se lo digan al secretario de estado de Educación que nos invitaba “ha visitar” no sé qué. Tanto debió de ser su bochorno que cerró su cuenta de Twitter (pero sigue siendo secretario de Estado de Educación. Quizá respeta más el Twitter que la Secretaría de Estado, o quizá considera que para estar en Twitter se necesitan más conocimientos de ortografía que para estar en el Ministerio)
Ahora que las redes nos devuelven el poder a las personas, las organizaciones tienen la oportunidad de aprender, de inspirarse, de mejorar, de influir, de convencer y de hacerse más humanas. Ahora que el poder lo tenemos las personas, las empresas necesitan un buen Community Manager.