Archivo por meses: junio 2013

Arte y redes sociales

Regresábamos a casa después de pasar la “Noche en blanco” en el Museo Ibercaja cuando una radiante luna llena nos sorprendió sobre la fachada del Teatro Principal. Eran las dos de la madrugada del segundo día del verano y el paseo Independencia de Zaragoza olía a azahar y a chocolate caliente.

“Salimos de una exposición y vemos el mundo de manera distinta, vemos cosas que hasta entonces no habíamos visto” (Carles Ulises Moulines). Leí esta frase precisamente esa misma tarde en un libro sobre Imaginación científica. Ciertamente, los artistas nos presentan los objetos bajo una luz distinta. Por otra parte, situarnos ante la belleza del arte, en cualquiera de sus manifestaciones, abre nuestra mente y nuestro espíritu y nos enriquece.

Una facultad similar a esa maravillosa virtud del arte la tiene la comunicación, las relaciones humanas, y, de manera especial, la comunicación con personas a las que acabamos de conocer o que apenas conocemos.

Las redes sociales nos permiten descubrir nuevos objetos, nuevos hechos, nuevos gustos, nuevos intereses, nuevas formas de vida y nuevos puntos de vista que en ocasiones se asemejan a los nuestros y en otras son del todo opuestos. Podemos elegir a quién leemos, con quién nos relacionamos (independientemente de dónde se encuentre), y algo que siempre ha sido tan complejo como la comunicación se convierte, gracias a Internet, en algo sencillo incluso para los más tímidos. Sencillo y, en la mayoría de las ocasiones, altamente gratificante.

Escribí más abajo un artículo sobre Miquel Fuster, el dibujante que fue mendigo. Una de las conclusiones que extrajo de esta dura circunstancia fue que en el mundo hay “mucha más gente buena que mala”.

Las redes sociales son un éxito rotundo precisamente por esa afirmación de Fuster. Las malas experiencias de comunicación en el entorno de las redes sociales son excepciones; de lo contrario, ya no seguiríamos allí. Confieso que, a mí, estos cauces informáticos a través de los cuales nos hacemos partícipes unos a otros de opiniones, de logros, de sentimientos, etc. me han proporcionado muchas alegrías. Me ayudan a conocer un poquito más el mundo y a la humanidad, y, por tanto, a amarla más, con toda su fuerza y su fragilidad (y con toda la mía), porque solo es posible amar aquello que se conoce. Puedo decir de las Redes lo mismo que Carles Ulises Moulines de las exposiciones: salgo de Facebook (o de Twitter) y veo el mundo de manera distinta, porque he visto cosas que hasta entonces no había visto.

En la “Noche en blanco” de este año se combinaron el arte y las redes sociales de manera especialmente grata: cuando me despedía de la directora del Museo, un hombre se acercó a saludarme:

–No sé por qué circunstancia, pero somos amigos en Facebook –dijo.

Confieso que yo tampoco sé por qué circunstancia. Tengo amigos en esta red a los cuales no conozco en otro entorno. ¡Y ahí está la maravilla! Para comunicarme con mis amigos tengo el teléfono, el whatsapp, el email… Las redes son un canal más. Sin embargo, para comunicarme con el mundo tengo las Redes y la Literatura. Y ambas me parecen sendas formas de arte (salvando las distancias) porque las dos exigen esfuerzo, cariño y sensibilidad.

Me hizo muy feliz que un amigo de Facebook se acercara a saludarme. No sé si fue por eso, por la música del cuarteto de cuerda o por haber estado contemplando la obra de Goya, pero después percibía el olor a azahar con mayor placer e intensidad.

 

Al salir del Museo. En el Paseo Independencia.

Al salir del Museo. En el Paseo Independencia.

 

 

 

El soneto de Quevedo es la solución policial, metafísica, al enigma de «Pétalos de luna» (Por Mariano Gistaín)

Pétalos de luna condensa la justicia del amor y el desamor, quizá la justicia del universo, que es inaccesible pero a veces se puede intuir. El que engaña queda atrapado en su mentira, y esto le condena y al mismo tiempo le redime, pues para él su mentira es la única verdad. Vive en ella y vive en el mundo real, donde su mentira provoca un dolor que trasciende la novela.

Noelia consigue ser amada sobre todas las cosas, más allá del tiempo y la cordura.

Ha pagado un precio muy alto, al menos desde la perspectiva de los vivos. Los dos triunfan más allá de la muerte en su fracaso compartido.

Héctor no reconoce su fracaso, sus mentiras y su culpa. El mundo ha de ajustarse a sus designios, que quizá son los de Noelia: ella lo buscó, lo sacó de la nada, lo invoca y le hace vivir doblemente. ¿Quién se hubiese resistido?

Desde ese primer encuentro, cuando ella lo seduce –en la presentación de un libro–, Héctor no es dueño de su vida. Los demás, los pretendientes, con mucho menos motivo (utilizados como cebo, como consuelo, como pasatiempo), aún no se han recuperado. La anhelan, se culpabilizan, la esperan.

Clara, la narradora y amiga íntima de la protagonista, escribe un libro por encargo, la novela contiene un informe. Clara abre una investigación que llegará hasta el final, que es donde todo comienza de nuevo. El final es el principio, el final está en la conciencia de cada lector, que cancela estas vidas o las incorpora a su continuum de ficciones y realidades, a menudo indistinguibles. (A veces veo llegar a Noelia a las citas del parque. La veo salir de la fuente como la dama del lago).

La novela lleva dentro un diario y el diario contiene los emails impresos. Los cuadros de Noelia siguen colgados en las paredes y los libros se abren al azar de los días o se aprietan en sus bits, por las estanterías: el soneto de Quevedo “Amor constante más allá de la muerte” es la solución policial, metafísica, al enigma de Pétalos de luna. El diario de Noelia escribe desde dentro la novela. El diario formatea el presente más allá de la muerte.

Clara, cuya vida ha sido suspendida en ese limbo del paro, en esa invisibilidad de la ausencia de amor, tiene que convivir con la evidencia de que todos los testigos siguen enamorados de su biografiada y amiga: Noelia está más viva que ella, pues los pretendientes la siguen deseando, la añoran, la viven o viven en ella. ¿Cómo acercarse ahora al parque donde Héctor la espera o a esa estación de Delicias que acaso ha sido erigida como un mausoleo que pueda acoger el vestíbulo que propicie su llegada?

Condenados a vivir eternamente sus vidas normales, sus vidas sin ella, los enamorados se resignan a frecuentarla en la misma novela que da testimonio de su marcha irremediable (a veces la veo llegar a las citas del parque).

Un fragmento de «Yaya Fina y la cadiera de San Antonio» (primera novela de Mariano Gistaín y María Pilar Clau)

Doña Fina reunió a sus tres nietos en una chocolatería de Zaragoza: a Lucía, de once años, y a Toño, de siete (descendientes ambos de su hijo Antonio), y a Siansey, hija adoptiva de su primogénita, Marisa. Era el primer encuentro de la abuela y sus dos nietos pequeños con Siansey, pues Marisa rompió toda relación con su madre y con su hermano en el mismo instante en que le entregaron a la niña, cuando esta era todavía un bebé.

Sin embargo, ahora Siansey estaba a punto de cumplir quince años y Fina necesitaba revelarle una verdad que no podía ocultar por más tiempo. El destino de la humanidad dependía de que la joven conociera y aceptara esa verdad. Con la ayuda de sus otros dos nietos, consiguió verla a escondidas.

–Siansey, tú sabes que nuestra familia desciende de Laluenga, y que es allí donde está mi casa; mía y vuestra –dijo Fina.

–Mamá me habló una vez de Laluenga –recordó Siansey.

–Una noche de 1613, un peregrino llamó a la puerta de esa casa. Nuestros antepasados lo acogieron, compartieron con él su cena y le ofrecieron una cama donde descansar. Él agradeció la hospitalidad, pero prefirió dormir en la misma cadiera en la que se había sentado junto al fuego. Cuando los demás le dieron las buenas noches, el forastero les desveló que era San Antonio de Papua –refirió Fina a su nieta.

–¿Qué es una cadiera? –interrumpió Siansey.

–¿No lo sabes? Pues yo soy más pequeño y lo sé –respondió Toño.

–¿Es lo que dibujasteis en la carta? –preguntó de nuevo Siansey.

–La dibujé yo –afirmó Toño.

–Pues por eso no sé qué es una cadiera –replicó Siansey mientras se reía y acariciaba cariñosamente la cabeza de su primo.

–Una cadiera es un banco de madera –intervino Lucía.

–A la mañana siguiente –continuó Fina–, cuando se despertaron, el peregrino se había marchado; pero no sin agradecer la hospitalidad de nuestra familia. Nos dejó un don: curar. Ese carisma se viene transmitiendo de generación en generación a través de las mujeres. Solo ellas pueden ejercerlo.

Dibujo de Marina Prieto Clau (2008)

Dibujo de Marina Prieto Clau (2008)

‘Pétalos de luna’, el misterio de los corazones (Mariano Gistaín)

Pétalos de luna es una novela de acción trepidante: una acción que se desarrolla interiormente en cada uno de los personajes y que es tan poderosa que domina la realidad, la crea. Pétalos de luna pone de manifiesto el extraordinario poder de las emociones: tanto para alcanzar objetivos como para hundirse en abismos insondables si uno se deja arrastrar por ellas.  Noelia Duch deja escrito en su diario que muere de amor y se pregunta si pudo haberlo evitado: ¿El amor o la muerte? Puesto que ella ya no está a tiempo de salvarse, emplea sus últimos suspiros para pedirle por escrito a su mejor amiga que escriba la historia de amor que la ha conducido a este fatal desenlace. Está convencida de que sus errores,  sus decisiones equivocadas, servirán para que otras personas comprendan lo arriesgado que es amar como ella amaba, esperar como ella esperaba. Su amiga, Clara Barrabés, lee la petición diez años después. Los remordimientos que estos diez años han logrado aplacar irrumpen con toda violencia en el alma de Clara.  Noelia Duch deja escrito que muere de amor, pero algunos no la creerán.

 

Pétalos de luna, de María Pilar Clau, es una novela sin trampas: te cuenta todo desde la primera página. Te da el plan de la obra, el índice. Entonces, ¿qué es lo que mantiene el interés? No lo sé. Hay una trama, una intriga, pero desde el principio se sabe el final. Quizá es que la novela contiene un enigma en cada página, como acertijos ocultos en la sustancia de la prosa, en las tensiones invisibles de las palabras, tan importantes en la novela. Pero no se trata de juegos de palabras o de texto poético, embellecido o rebuscado: es algo más misterioso, quizá el mismo hechizo del lenguaje ante una pasión desgarrada. Si la literatura y el arte son las vías para explorar el misterio del alma humana, Pétalos de luna es una obra maestra. No parece que la autora haya querido complacer las modas ni satisfacer las tendencias de los tiempos, sino contar una historia que reclamaba salir y conjurar un peligro que siempre acecha. En ese sentido es un manual de instrucciones que alerta ante el peligro de los sentimientos y las emociones que se desbocan hacia la persona equivocada. Cada palabra actúa sobre el mundo, cada pensamiento crea el mundo, cada emoción conmociona el universo.

Por lo demás la novela refleja muy bien la distopía interior de 2011, donde ya se había decretado la estampida general y el caos reinaba en los corazones.

Mariano Gistaín

Optimismo. El arte de vivir

El optimismo es la forma de comunicación más cordial, eficaz y próspera posible que uno puede establecer consigo mismo. Al hablarse y escucharse de este modo, uno se reconoce autor de su propio destino, artista en cuyas manos se encuentra la habilidad de embellecer la vida que está por venir.

La Asociación Cultural San Roque de Pallaruelo de Monegros me pidió que diese una conferencia en sus jornadas culturales. El tema lo dejaron a mi elección. Me sentí doblemente halagada: por la estimación y por la confianza, y busque el mejor tema que podía ofrecerles.

En mi biografía de Twitter digo que soy “Escritora, periodista y casi siempre optimista”. Y digo “casi siempre” porque a veces no consigo serlo o, sencillamente, no me da la gana (también soy un poco tozuda conmigo en ocasiones). Sin embargo, confieso que, cuando lo soy (optimista quiero decir ahora), obtengo todas las cosas buenas que en algún momento de mi vida me he atrevido a soñar.

Y, puesto que conozco ese código y tengo cierta experiencia en formularlo y comprenderlo, decidí que fuera este el tema de mi conferencia. “Optimismo. El arte de vivir”, la titulé.

Me acompañó en la mesa Mariano Gistaín, quien se ocupó de ir ilustrando la conferencia con retazos de historias personales y notas de humor que arrancaron las risas del público. Tuvimos un público de lujo y un presentador extraordinario: Paco Lasierra, el gran cantador de jotas conocido y reconocido como el Chato.

Gracias a Lourdes Alcubierre y a todos los miembros de la Asociación Cultural  San Roque, y a todos los vecinos de Pallaruelo de Monegros que asistieron a la conferencia. Fue una tarde preciosa.

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