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Las causalidades efectivas

Quienes no creemos en la casualidad sino en las causas y los efectos aprovechamos cualquier circunstancia, por simple que parezca o por difícil o dura que sea, para seducir a los imprevistos y conseguir que se pongan de nuestra parte, aunque ello nos exija inventar nuevas historias y vivirlas.

Escribo sobre las elecciones al hilo de un taller organizado por Dircom al cual asistí hace casi dos semanas. Quise hacerlo justo al acabar, pero una faringitis me ha mantenido bajo mínimos durante todos estos días y ni para pensar me han alcanzado las fuerzas. Como la fiebre ya me acompañaba aquella mañana; había dormido mal y no me encontraba con demasiada energía, la primera elección consciente que hube de hacer fue entre acudir o no al taller. Opté por lo primero.

Nada más llegar me sorprendí gratamente con la presencia de una persona a quien sigo en las redes sociales y además admiro mucho: Juan Royo. ¡Buena decisión la primera de la mañana!

Para comenzar el taller, también tuvimos que escoger: tomar una frase de entre muchas que habían expuesto. A continuación, nos agruparon de acuerdo a criterios que desconocíamos y ¡me tocó jugar en equipo con Juan! También con Cristina y con Vanesa.

La parte teórica se presentó con la siguiente frase: “El primer ejercicio nos ha gustado porque elegir nos hacer felices”. No estoy muy de acuerdo con esa frase; yo la pondría entre interrogantes: ¿Elegir nos hace felices? Incluiría este verbo sin interrogantes en esta otra: “Estamos obligados a elegir”, o en esta: “No elegir no es una alternativa”.

Elegir nos hace felices solo a veces, otras veces nos hace perder el tiempo y hay ocasiones en las que elegir puede ser una forma de tortura. Sin embargo, no nos queda otro remedio que hacerlo.

Actuar es elegir y los seres humanos estamos constantemente optando, a veces de manera consciente y otras sin darnos cuenta. Nuestras elecciones se apoyan en los conocimientos que tenemos, en nuestras experiencias; pero también en la imaginación y en la intuición porque casi nunca tenemos todo el conocimiento que es necesario para elegir. Además, nuestros deseos y nuestras emociones intervienen también en cada preferencia.

Lo que nos hace felices no es, desde mi punto de vista, elegir; sino poseer todos los conocimientos necesarios para tomar la alternativa mejor. En caso contrario, elegir solo puede hacernos felices cuando de su resultado no depende nada verdaderamente importante.

Sin embargo, la necesidad de actuar va siempre más allá de nuestros conocimientos y de nuestra imaginación, aunque esta consiga trascender las apariencias inmediatas. Supuesto que nunca disponemos ni del saber ni de la invención que precisamos para diferenciar aquello que más nos conviene, el resultado de nuestras elecciones no es siempre exactamente el esperado. A veces es mejor (como me ocurrió el día al cual me he referido); otras, peor, y muchas, irreconocible de tan lejos que está de la realidad imaginada.

Todas nuestras elecciones están, pues, sujetas a cierto grado de incertidumbre e involuntariedad. Algunos lo llaman casualidad o azar. Otros pensamos que los acasos, lo inesperado, son causas cuyo efecto habrá de beneficiarnos por necesidad en un futuro más o menos lejano. A veces responden a un deseo íntimo que ni siquiera nos hemos atrevido a identificar.

Salí feliz de aquel taller: conocí a Juan; estuve con Mario, con Cristina, con Vanesa y con otros compañeros y amigos; aprendí y me divertí. Y concluí que el privilegio de mi gozo no se lo debía al azar, sino a mi buen tino a la hora de avanzar en ese “laberinto de los efectos y de las causas”, donde, como decía Borges, “la razón no cesará de soñar”.

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