El comienzo de este verano ha sido para mí tiempo de introspección; tiempo de silencio, de escucha, de lectura, de espera. No ha sido una cuestión de voluntad ni, por supuesto, de apatía; ha sido un verme de pronto deslumbrada por tantas cosas a mi alrededor, que necesitaba conocerlas y reconocerlas, admirarlas, familiarizarme de nuevo con ellas.
El comienzo de verano ha sido para mí tiempo de misterios y de observarlos hasta que, en ocasiones, estos llegaran a revelarse.
Tiempo de advertir que el propio tiempo es una broma que todos nos hemos creído hasta el punto de condicionar a ella nuestras vidas y nuestra piel.
Al tiempo le gusta jugar al escondite; sin embargo, nosotros no nos hemos dado cuenta de ello y no lo hemos buscado porque hemos creído que se va para siempre.
Incluso aprovechamos el tiempo para culparlo de casi todo.
Siempre subordinante y condicionante, llegamos a mirarlo como enemigo que domina nuestras vidas cuando podemos hacerlo subordinado, condicionado y fiel aliado. La paciencia es el secreto.
El fin de este largo silencio ha sido la primera fiesta de este verano, la del cumpleaños de Piti y de José. No sé si ha sido eso la que me ha dictado estas líneas sobre el tiempo. No lo sé. Quizá más que el cumpleaños y que la fiesta, fueron algunas cosas bonitas que allí sucedieron, o tal vez el quedarme ayer unos segundos preciosos ante la eternidad.
Y es que el tiempo de silencio prepara para que estas cosas no pasen inadvertidas.
Gracias a todos los que me habéis escrito o llamado para preguntarme cómo estoy porque no escribo. Aquí estoy de nuevo. Dispuesta a combinar el silencio y la escucha con las palabras sin dejar que se me escape el misterio.