El verano me ha mantenido alejada de Internet. No porque me lo propusiera, en absoluto. Fue la vida; la vida prevista y la imprevista se conchabaron para robarme el tiempo y el pensamiento necesario para pasar aquí un ratito. Quizá mejor debería decir que previstos e imprevistos se aliaron para obligarme a ejercer a tiempo completo mis responsabilidades de carne y hueso. Ha sido un ejercicio gratísimo que me ha llenado de paz y de alegría y que me ha enseñado muchas cosas.
Solo una humanidad sin carne ni hueso (pero sí con mucha alma) ha conducido mi pensamiento y mis emociones a otros confines durante este verano: la de la literatura. Me reencontré con el teatro de Buero Vallejo, con la narrativa de Galdós, de Óscar Wilde, de Sándor Máray, de Virginia Wolf… Y viví con sus personajes en otros lugares y en otros tiempos. Ay… ese ratito dedicado casi cada día a la lectura, tan íntimo y tan universal… Ficción para los sentidos y certidumbre para las emociones.
La última semana del verano, la pasada, fue de trabajo intenso, y cómo no, también de aprendizaje:
Aprendí que la amabilidad, la empatía, las emociones y los sentimientos positivos sirven para innovar en cualquier empresa y para distinguirse.
Que convivir es comunicar y que las relaciones comerciales también son comunicación.
Que competir no es machacar al otro, sino ser diferente al otro, distinguirse, ofrecer algo diferente a lo que ofrecen los demás.
Que ser creativo es saber conectar ideas, conocimientos, pensamientos.
Que muchos chinos no saben que existe España.
Que los rusos son fríos, pero amantes de las relaciones humanas y honrados. ¡Y que pagan siempre por adelantado!
Que Japón quiere ponerse de moda.
Que cada aprendizaje es un descubrimiento y es un encuentro.
La semana pasada me encontré con personas a las que había visto aquí, o en Facebook, o en Twitter y fue un placer. Y hoy es un placer volver aquí con tanta ilusión y tantas ganas de encontrarme con cada uno de vosotros. ¡Gracias por seguir aquí!