Un fragmento de «Yaya Fina y la cadiera de San Antonio» (primera novela de Mariano Gistaín y María Pilar Clau)

Doña Fina reunió a sus tres nietos en una chocolatería de Zaragoza: a Lucía, de once años, y a Toño, de siete (descendientes ambos de su hijo Antonio), y a Siansey, hija adoptiva de su primogénita, Marisa. Era el primer encuentro de la abuela y sus dos nietos pequeños con Siansey, pues Marisa rompió toda relación con su madre y con su hermano en el mismo instante en que le entregaron a la niña, cuando esta era todavía un bebé.

Sin embargo, ahora Siansey estaba a punto de cumplir quince años y Fina necesitaba revelarle una verdad que no podía ocultar por más tiempo. El destino de la humanidad dependía de que la joven conociera y aceptara esa verdad. Con la ayuda de sus otros dos nietos, consiguió verla a escondidas.

–Siansey, tú sabes que nuestra familia desciende de Laluenga, y que es allí donde está mi casa; mía y vuestra –dijo Fina.

–Mamá me habló una vez de Laluenga –recordó Siansey.

–Una noche de 1613, un peregrino llamó a la puerta de esa casa. Nuestros antepasados lo acogieron, compartieron con él su cena y le ofrecieron una cama donde descansar. Él agradeció la hospitalidad, pero prefirió dormir en la misma cadiera en la que se había sentado junto al fuego. Cuando los demás le dieron las buenas noches, el forastero les desveló que era San Antonio de Papua –refirió Fina a su nieta.

–¿Qué es una cadiera? –interrumpió Siansey.

–¿No lo sabes? Pues yo soy más pequeño y lo sé –respondió Toño.

–¿Es lo que dibujasteis en la carta? –preguntó de nuevo Siansey.

–La dibujé yo –afirmó Toño.

–Pues por eso no sé qué es una cadiera –replicó Siansey mientras se reía y acariciaba cariñosamente la cabeza de su primo.

–Una cadiera es un banco de madera –intervino Lucía.

–A la mañana siguiente –continuó Fina–, cuando se despertaron, el peregrino se había marchado; pero no sin agradecer la hospitalidad de nuestra familia. Nos dejó un don: curar. Ese carisma se viene transmitiendo de generación en generación a través de las mujeres. Solo ellas pueden ejercerlo.

Dibujo de Marina Prieto Clau (2008)

Dibujo de Marina Prieto Clau (2008)

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