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Preludio de la primavera

Ayer vi la primera amapola de este año. Estaba sola, junto a una fuente, y yo pasé a su lado sola también. Me saludó y le di las gracias porque sentí que me anunciaba un tiempo nuevo de alegría y de esperanza.

De niña, de muy niña, creía que las amapolas eran unas rosas a las que no les habían salido todos los pétalos. Yo prefería las rosas: pétalos y pétalos superpuestos en perfecta armonía, su tacto de terciopelo y esa fragancia tan leve y tan distinguida. Aunque la rosa sigue siendo mi flor favorita, cada vez más me siento cautivada por la amapola. Me conmueve su fragilidad escondida tras la fuerza de ese rojo intenso que no existe en ningún pantone. Sigo soñando en ella el preludio de una rosa y, más que soñar, observo, escucho en las amapolas la obertura de un concierto mágico en el que intervendrán también la flor del almendro, las margaritas, los renuevos de las plantas y de los árboles… Un espectáculo de composiciones magistrales que solo una vez al año tenemos la oportunidad de disfrutar.

Los dos primeros poemas que tuve que aprender en la escuela fueron: uno a una rosa y otro a una amapola. Quizá era tan pequeña cuando los aprendí que no supe distinguir si hablaban de la misma flor y le daban nombres distintos. Los copio debajo de la foto.

Marina en el campo con una amapola

Novia del campo, amapola (Juan Ramón Jiménez)

Novia del campo, amapola,
que estás abierta en el trigo;
amapolita, amapola,
¿te quieres casar conmigo?
Te daré toda mi alma,
tendrás agua y tendrás pan.
Te daré toda mi alma,
toda mi alma de galán.
Tendrás una casa pobre,
yo te querré como un niño,
tendrás una casa pobre
llena de sol y cariño.
Yo te labraré tu campo,
tú irás por agua a la fuente,
yo te regaré tu campo
con el sudor de mi frente.
Amapola del camino,
roja como un corazón,
yo te haré cantar al son
de la rueda del molino;
yo te haré cantar, y al son
de la rueda dolorida
te abriré mi corazón,
¡amapola de mi vida¡
Novia del campo, amapola,
que estás abierta en el trigo;
amapolita, amapola,
¿Te quieres casar conmigo?

 

La rosa del jardinero (Serafín y Joaquín Álvarez Quintero)

Era un jardín sonriente;
era una tranquila fuente
de cristal;
era a su borde asomada,
una rosa inmaculada
de un rosal.
Era un viejo jardinero
que cuidaba con esmero
del vergel,
y era la rosa un tesoro
de más quilates que el oro
para él.

A la orilla de la fuente
un caballero pasó,
y la rosa dulcemente
de su tallo separó.
Y al notar el jardinero
que faltaba en el rosal,
cantaba así, plañidero,
receloso de su mal:

—Rosa la más delicada
que por mi amor cultivada
nunca fue;
rosa, la más encendida,
la más fragante y pulida
que cuidé;
blanca estrella que del cielo
curiosa del ver el suelo
resbaló;
a la que una mariposa
de mancharla temerosa
no llegó.

¿Quién te quiere? ¿Quién te llama
por tu bien o por tu mal?
¿Quién te llevó de la rama
que no estás en tu rosal?
….

 

Con Paco de Lucía

Fue gracias a Pirineos Sur. Tuve la inmensa fortuna de disfrutar de un concierto irrepetible en un entorno mágico, y la oportunidad de saludar a Paco de Lucía y hasta de hacerme una foto con él en el escenario flotante de Lanuza.

Estuvimos desde las tres hasta las cinco de la tarde en el auditorio mientras hacían las pruebas de sonido. Al acabar, fuimos a Formigal a cambiarnos y, aunque el concierto no comenzaba hasta las diez de la noche, a las seis estábamos ya de nuevo camino a Lanuza. Conducía mi hermano, que no quería perderse el espectáculo, y en su coche íbamos mis compañeros y amigos Fernando Herce y Javier Losilla (que iba a presentar a Paco de Lucía), mi cuñada Marga y yo.

Recuerdo con enorme cariño los preparativos del concierto, los nervios, las reuniones previas, la expectación, el maravilloso equipo que formábamos la organización, el cariño… Y en aquella ocasión, especialmente, el silencio; el impecable respeto con que el público daba la bienvenida y escuchaba al maestro.

Con Paco de Lucía

Una tarde en el parque de Huesca

El parque de Huesca es un espacio mágico donde suceden cosas extraordinarias. En raras ocasiones he salido de él sin una anécdota que contar (o que callar). Y pese a las numerosas y variadas veces que lo he recorrido, siempre que vuelvo a él se me antoja que es la primera. Tan es así que no recuerdo dónde se esconde cada rincón y siempre tengo que andar buscándolos: allí, el paseo de las pajaritas; allá, la rosaleda; ¿y el lago de los cisnes? ¿no estaba por aquí?

Los árboles del parque de Huesca guardan algunos de mis secretos íntimos; imágenes y palabras, ecos, canciones, románticos paseos, lecturas al atardecer, mojitos en una feria de las naciones, alguna rueda de prensa, confesiones, risas, amistad, amor. Entre sus viejos troncos, la felicidad adquiere una dimensión distinta, infinita.

A pesar de que el viento hacía la tarde bastante desapacible, estaba segura de que en el parque encontraríamos una tregua y podría cumplir con mi agenda del sábado: jugar, jugar, jugar, jugar… Deber este que solo puede tener un complemento que lo mejore: ¡con mi sobrino Pablo! Bien pertrechados para hacer frente al ventarrón, Mariano, Pablo y yo conseguimos llegar a nuestro destino entre bromas y juegos. Nada más pasar el arco de entrada, el ciclón se hizo céfiro y las horas comenzaron a transcurrir a un ritmo distinto: columpios, escondites, carreras, palos, piedras, agua, patos, ocas y dos preciosos cisnes negros de pico rojo con los que Pablo quedó fascinado. Una tarde inolvidable.

Parque de Huesca Ocas Pablo y Pilar

Parque de Huesca estaque 2